Ni de aquí, ni de allá
- Lizeth
- 23 mai 2020
- 4 min de lecture
Dernière mise à jour : 6 mai 2021
En los días de cuarentena me he vuelto a reencontrar con uno de mis autores peruanos favoritos, Mario Vargas Llosa. Estuve leyendo por segunda vez “Travesuras de un niña mala”, que había leído en el 2013. Qué rico volver a leer un libro, es como mirar por segunda vez una película porque te enteras siempre de cosas de las que no te habías percatado la primera vez.
¿De qué va la novela?
Haciendo un super resumen, se trata de Ricardo, enamorado empedernido de la niña mala desde la adolescencia. Lamentablemente se trata de un amor no siempre correspondido porque ella le hace pasar apuros todo el tiempo. Por momentos te hace dudar si ella es buena en el fondo o no, si lo ama o no. La novela tiene como escenario muchas ciudades europeas y el amor de Ricardo se mantiene de pie y sobrevive a pesar del paso de los años y las circunstancias. No les cuento nada del desenlace por aquí, no quiero arruinarles la lectura.
Cuando había leído esta novela por primera vez en el 2013 hubo una parte que me marcó muchísimo porque describe muy bien cómo me estaba sintiendo yo en aquel momento y como a veces me siento en la actualidad. Es una sensación que en aquel entonces no podía realmente describir con palabras hasta que leí este párrafo del libro de Vargas Llosa y me sentí muy identificada con él. Se los comparto a continuación:
“Él era alto y con el aspecto deportivo de quien se ha pasado la vida en el campo, y ella, una mujer menuda y energética, cuya manera de hablar, el tono suave y la abundancia de diminutivos y la música de mi viejo barrio miraflorino, me puso nostálgico. Oyéndola sentía larguísimo el tiempo transcurrido desde que salí del Perú a vivir la aventura europea. Pero, alternando con ellos, confirmé también que me sería imposible volver allá, para hablar y pensar como pensaban los padres de Juan. Sus comentarios sobre lo que veían en Earl’s Court , por ejemplo, me revelaban de manera muy gráfica cuánto había cambiado yo en todos estos años. No era una revelación entusiasmante. Había dejado de ser un peruano en muchos sentidos, sin duda. ¿Qué era entonces? Tampoco había llegado a ser un europeo, ni en Francia, ni mucho menos en Inglaterra. ¿Qué eras pues, Ricardito?…”
¿Qué tiene que ver este párrafo conmigo?
Me sentía de esta manera en el 2013 pues estaba viviendo de nuevo en Lima después de haber pasado casi 7 años en Argentina. En esos 7 años yo regresaba a Perú cada verano durante las vacaciones en la universidad y a veces a mitad de año también. Si bien se habla el mismo idioma y se trata de países sudamericanos, las culturas son distintas entre estos países. Con un pie en Argentina y otro de vez en cuando en Perú, fui madurando y amalgamando mi personalidad, mi forma de pensar, mis valores y hasta mi vocabulario con ambas culturas. Me sentía peruana y argentina a la vez y aunque a veces eran situaciones graciosas o malentendidos que me hacían recordar que había estado lejos de mi país por mucho tiempo, no me sentía siempre cómoda con el hecho de sentirme diferente ya de vuelta a mi país.
Y ahora que estoy en Francia desde hace seis años, me siento a veces de esa misma manera cuando vuelvo a Lima.
Quienes hemos vivido muchos años en el extranjero podemos sentirnos muy identificados con ese sentimiento MUY bizarro de no sentirte 100% de tu país cuando vuelves allí de visita, pero sabes también que te pasa lo mismo cuando vuelves a tu país de adopción.
No tiene nada que ver con la nostalgia. Se trata más bien de una sensación puntual que te invade cuando estando en tu país natal escuchas algún comentario o ves algo que te sobresalta, te causa incomodidad o quizás risa porque no está alineado con los nuevos valores que has adoptado en ese tiempo que has vivido afuera de tu país. Se siente algo así como un shock cultural pero el shock ocurre con TU cultura. Te sientes fuera de sitio, un outsider en tu propia patria.
Y es ese instante caes en la conclusión de lo mucho que has cambiado: que tus ideas, tus costumbres y quizás hasta tu personalidad ya no son las mismas y se han alimentado con nuevos ingredientes de ese otro país al que ahora llamas hogar.
Y obvio que al revés pasa exactamente lo mismo. Aquí en Francia hay ratos que me siento muy extranjera pero no sé si debería seguir justificado porque en realidad lo soy. Por supuesto que luego de seis años me he acostumbrado a la vida aquí, pero de todas maneras hay ciertas costumbres, ideas o incluso el acento que yo sé que nunca voy a adoptar completamente porque no crecieron conmigo.

Aceptar y mirar hacia adelante
Antes, esa sensación de NO ENCAJAR me hacía sentir ya sea especial o , al contrario, me causaba fastidio. Y digo antes porque creo que por fin lo acepté.
Ya acepté que soy y seré extranjera tanto en Francia como en Argentina o en mi mismo Perú. Y a la vez soy muy peruana y me siento peruana a donde vaya. Y está bien tener esta mezcla de sentimientos o identidades. Es más, ya no me perturba como antes.
Lo bonito de esto es que me llevo conmigo lo mejor de ambos mundos y, como dice una amiga ecuatoriana que conocí en Evian-les-Bains, uno siempre tendrá dos casas: aquí en Francia y otra en tu país de origen. Y es muy cierto.
Acepto que me tocará vivir otros los shocks culturales y seguiré sintiéndome con una doble identidad, pero esta vez lo miraré desde una perspectiva objetiva, quizás ya estando más relajada, ya habiendo aceptado que es parte de ser inmigrante. También tengo que aceptar que seguramente viviré otros shocks culturales relaciones con la maternidad y crianza puesto que mi hija crecerá con el estilo francés y no puedo ni quiero oponerme a ello (el sistema educativo por ejemplo), pero claro que mi lado latino estará presente por mi parte. Quiero que ella también se lleve lo mejor de ambos mundos.
El ser inmigrante implica justamente esto: abrazar tu país de acogida pero sin que el corazón suelte el país natal.
Siento que a veces los inmigrantes somos camaleones.
Comments